domingo, 12 de marzo de 2017

La mujer que mordió un pandebono antes de meterlo al microondas


Ocurrió lo peor en el momento menos oportuno y era jueves. No fue su desayuno, ni su almuerzo, fue un pequeño pecado de media tarde, un despiste de sus labores cotidianas, más concretamente un despiste al marco teórico de su tesis. El capítulo tres no le salía, lo había reescrito tres veces, pero no conseguía decir lo preciso. Así que dándole rienda suelta a la ansiedad, bajó a la cocina y comenzó la pesquisa. El cereal requería preparación, no había papitas a la mano, así que le echó mano a su última opción: un pandebono tieso y abandonado. No hace falta mencionar que ablandar un pandebono ya duro es una tarea harto complicada que quizá, pensó ella, podría conseguir tras un minuto en el microondas.
Vale la pena conocer la historia del pandebono antes de ser comido y para ser más claros, mordido. Fue el martes en la noche, que uno de los compañeros de apartamento de Laura llegó con tres buñuelos y seis pandebonos. El crimen que cometió ella el miércoles no es de relevancia, se comió uno al desayuno, a hurtadillas. Miguel, que no reparó en contarlos, que solo pidió cinco mil pesos en parva, no echó en falta aquel pandebono faltante. sin embargo embargada por la culpa, Laura solo se comió la mitad, fría y sin disfrutarla. Guardó la otra en un lugar seguro y accesible, para cuando el hambre fuese más grande que el remordimiento.
El jueves fue ese día, la necesidad de comer por comer para matar el tiempo e ignorar el trabajo poseyeron a otrora una aplicada y joven mujer. Estudiosa pero no santa, Laura ya había cometido crimenes similares y en su lista de pecados figuraban el pellizcar un pan, vender pandequesos de baja factura a precios exagerados, negarse a comer buñuelo en navidad aún estando en casa de su abuela. La lista sigue, pero que no nos detenga.
En ese momento no había nadie más en casa, era solo ella y el medio pandebono. Para dilatar la experiencia cambió de opinión, así que decidió calentarlo dos minutos, pero antes de tomar esa determinación le dio una mordida pequeña, en la que comprobó que ya estaba tieso y programó el electrodoméstico. Tras dos vueltas del aparato la puerta se abrió de golpe. Lo temía, ella siempre lo sospechó, la policía de la panadería (Panpol) la había descubierto. Los delantales blancos y la harina en las botas confirmaron sus temores. Entraron dos agentes, con rodillos en mano y cara ceñuda; tras ellos, Miguel visiblemente molesto.
- Te hubieses salido con la tuya, no teníamos pruebas, pero ahora que te atrapamos en flagrancia no hace falta nada más. ¿A quién se le ocurre morder un pandebono viejo antes de meterlo al microondas. Me das asco.
Y el pandebono giró el tiempo pactado, acompasado por el zumbido del aparato que se perdió en el eco de la tarde. Luego se enfrío, envuelto en la más absoluta paz. Así nada que fuese horneado o freído, tuvo que temer nunca más.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Un saludo, cuando paso por allí

Te abandoné así como me desentiendo de todo lo que toco. Solo días de devoción sumidos en fechas difíciles de recordar.  Releo y no encuentro más que letras rezumando nostalgia. Ridículos suspiros de desencanto por el futuro incontrovertiblemente feliz. Y me encuentro una vez más escribiéndote, a ti, a la nada, a mi lado invisible. Me descubro consignandome a pedazos, a carácter limpio, con pequeñas mosquitas negras, tan negras como el #oooooo.

Me encantaría tanto poder amarme como antes. Me desespera saber que me he perdido, que me he desencantado, que me he traicionado en un juego insospechado de vanidad y falsa madurez. No confió en mí, de la misma forma en la que me abandonó todo deseo de darme ánimo. Mi estandarte es la resignación. Y te re descubro, aquello que me ha hecho inmensamente feliz, una tecla a la vez. Te escribo por todas las veces que te he ignorado, por remplazare, por volver a ti con tanto descaro. Porque mientras el servidor te mantenga con vida, querido blog, estaremos juntos. Esa basura que hemos imbuido en el ciber espacio la hemos generado juntos. De eso no me olvido, de eso me jacto.

martes, 16 de junio de 2015

Ella, la astral

Me enamoré, sospecho, de una idea en lugar de la mujer. No la conozco, poco la he visto,  creo compartir su mirada y la encuentro fascinante. Y no hemos hablado, si no mal recuerdo, pero en sus letras que mucho he leído he aprendido más sobre sus sueños que sus propios suspiros. Puede que hayamos cruzado un par de palabras, quizás la habré asustado con alguna conversación ridícula, habré interrumpido sus cavilaciones trascendentales, sus propias letras, alguna frase acertada que se convertiría en una de sus más poéticas líneas. Ella me ha arruinado, no la conozco, me ha arruinado y se lo dejo todo a ella. No temo más que olvidarme de esa ella, la astral, la metafísica,  pues me vasta con la mujer de la que me he enamorado y más me valdría no conocerla jamás porque ella, la verdadera ella, quizá no sea ella.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Un oso entra a un bar de karaoke

Rodri el oso, jamás había estado en un bar karaoke hasta la noche en que su amigo el pato lo llevó sin darle muy bien las piestas. El caso fue que tras unas cervezas y lo que le pareció tequila, Rodri estaba en la tarima cantando temas de Soda, que en estas fechas están sonando mucho, era un encanto al micrófono. La gente lo amó durante 45 minutos que cantó sin siquiera notarlo. A la mesa de Rodri y el pato llegaron botellas de aguardiente y polas surtidas, a cuenta del bar. Rodri bebió como nunca esa noche, en la que terminó con una conejita en la casa del pato. La mejor noche de la vida de Rodri. Es una lástima que no la recuerde. Aunque a veces pasa por el bar, con la certeza de que estuvo ahí, pero sin la certidumbre de su gloria. Y suspira aliviado.

martes, 2 de septiembre de 2014

Los tallarines te hacen grande

A veces cierro los ojos y me siento en casa, en otro tiempo. No veo la habitación pero estoy en mi cuarto de la niñez, el que antes fue de mi papá, estoy solo y tengo la cabeza fuera de la ventana para oler la noche y oír los rumores de la avenida. Me cuesta creer que ya pasó todo ese tiempo y que no hay marcha atrás, que los atardeceres desde aquella ventana se acabaron, así como las fiestas.
Hoy, comiendo unos tallarines con atún me topé de sopetón con que ya era grande, ya me había convertido en esa proyección que te obligaban a hacerte a los nueve años, salvo que sigo sin ser un astronauta. Y todo se me vino a la cabeza, recordé mi vieja casa, pensé en mi inminente madurez, recordé esas tres cosas que extraño de vivir con mi familia: el desayuno, el almuerzo y la comida. Estos tallarines, aunque no estaban mal, me recordaron que hacerme responsable de mi propio estómago o planear lo que comeré mañana me han hecho un niño grande. A veces, cuando cierro los ojos, escucho a mi mamá llamarme desde el comedor diciendo que ya está servido. Y aveces me provoca viajar ocho horas en bus para sentarme a la mesa.

martes, 17 de julio de 2012

Cosas realmente jodidas se quedan acá, en el blog. Los truenos amenazan a fuera y la lluvia acompasa un estruendo. Yo sigo escribiendo, pertinaz, como si ignorara todo salvo mis propias tontas pesadumbres. Y es que el miedo me ataca.

lunes, 5 de marzo de 2012

ola

Antes de enterarme de que la perdía sufrí la peor depresión que jamás me haya azotado. No por ella, pues la mujer de mis letras terminó zarandeada por la misma ola de duda y tristeza que me anegaba las entrañas. Y así comenzó a difuminarse, a recordar su libertad, a desestimar me. No, la depresión estribaba en un ego falso, una certidumbre de superioridad que no suponía más que fachadas. Por eso estoy solo.